Punto de com a

martes, febrero 18, 2003

Ahí te ví, vestida con ese vestido rojo que tanto me gusta y con el que te ves tan, pero taan hermosa, radiante de una energía como esa que el sol da a la vida, esa que se alcanza a percibir cuando los pétalos de los tulipanes se abren como yo imagino que se me abren tus brazos cuando traes puesto ese vestido rojo. Parada, al final del paisaje donde mi onírica vista alcanzó el fin del horizonte de ese onírico paisaje, claro que desde esa perspectiva no poco lejana, si tenemos en cuenta la capacidad de visión que comunmente se tiene en esta realidad no onírica sobre la que nos hemos puesto de acuerdo, pues tan sólo alcanzaba a ver una manchita roja que absorbía un color carne en donde deberían, por lógica onírica y no onírica, ir tus piernas y otro donde debía ir y tus brazos, tu espalda y ese profundo color negro azabache de esa tu cabellera inconfundible, lo supe de inmediato y duda ninguna fue confirmada: la disposición de esos colores que a mi vista aparecían como manchitas no eran otra cosa que tú con ese vestido rojo en el que tanto me encantas, lo supe de inmediato y estaba tan seguro como si estuvieras a menos de dos metros de distancia.