Punto de com a

jueves, enero 23, 2003

Una conjura de los necios


Esto es inaudito, hoy es la tercera vez que por primera vez en la vida de mi teléfono celular que va a cumplir un año apenas, me llama alguien que se equivocó de número. Primero me llama un individuo de voz timorata y un tanto misteriosa que dice buscar a un tal Edgar, previo énfasis en el nombre del buscado al pensar que Yo mismo, el legítimo propietario de Mí línea telefónica, era Edgar. Joder, sería un parricida orgulloso si mis padres hubieran osado llamarme así, y no es que tenga nada contra los édgares, incluso conozco a muchos que me caen muy bien y además respeto mucho, uno de ellos, el más respetado de los édgares que conozco nos dio una buena clase a Miklos y a miguelito, pero bueno, este misterioso y necio compadre buscaba a un tal Edgar. Ni qué decirle al jijo, Este no es el número de Edgar, es mío; y me lo repetía, Mí número, el que marca la gente cuando quiere llegar al vicusmovil. Desesperado apelé a la calma, clemente con su necedad -siempre es buen momento para ejercitar el flácido músculo de la paciencia- amablemente lo despaché haciéndole ver, de la manera más gentil que encontré en mi para esas alturas escaso almacén de buenos modales que, definitivamente, estaba equivocado, que el tal Edgar -que supongo no mató a sus padres- le había dado mal el número o que incluso él, en alguno de esos gazapos que se muestran generalmente acompañados de cierta vergüenza -este no fue el caso con éste al que mi enojo había ya convertido en presunto amante de Edgar-, misma de la que él, claro está, carecía, Lo había anotado mal: eureka, lo admitió, quitado de la pena aunque sin abandonar su temiente voz se dsculpó, dudoso, y colgó. Casi le aplaudo y sé que las células de mi desesperación sí le aplaudieron, aliviadas y liberadas. Sudé, respiré y me alegré por haber sumado puntos a mi buen karma y por no haber juzgado a ese imbécil con la vara de su errada insistencia, porque le hubiera dado, con poca dificultad, severos golpes a ese tonto y necio ego que le impedía admitir que él o un tal Edgar jijo de su jija -quienquita y además su amante, dada la necia insistencia- la habían cagado. Coño, o culo o lo que sea, me cae que sí la soberbia es un atentado contra el libre y sano flujo del mundo. Caguémonos unos a otros.

Es increible cómo nos aferramos a las cosas, a las palabras o a los números incluso, a lo que sea pero sacamos las garras con tal de que no se nos rompa el mapa trazado por algún capricho de la comodidad y/o el conformismo; si somos perfectos no somos lo que somos y vaya que somos güevones, nos cuesta, nos cuesta un chingo admitir que la cagamos, incluso cuando el olor a mierda es tal que hace imposible el respirar. En el caso de este insistente buscador de Edgar, namás no se hacía a la idea de que mi número, él número al que marcó no era el que dio por sentado y quietecito.

La coincidencia habita casi siempre los terrenos de lo inesperado y sin deberla ni temerla, la tercera vez que recibí una llamada equivocada a mi teléfono celular en un mismo día fue, sin lugar a dudas, menos molesta que la primera. Siempre es grato escuchar la voz de una mujer y más si ésta tiene una voz que suena a que está de buenos bigotes, como dirían por ahí; en fin, nos recuerda que los másculos subespecie, lo admitan o no, siempre estaremos dispuestos a tratar con garbo a las mujeres bellas-atractivas-que nos gusten o a las que así imaginamos, Es el teléfono de Claudianorecuerdoquéchingados, me dijo, No, pero soy Víctor y conozco a muchas claudias, ¿te puedo ayudar en algo?´JAJAJA, Hubiera estado divertido jugarle, pero ni se me ocurrió entonces, No, creo que estás equivocada de número; ella no me lo repitió como el otro desgraciado, ella se disculpó y colgó con la dignidad propia de la mujer contemporánea promedio cuando comete un error y la cachan, sobre todo cuando el que la cacha tiene pelos y un par de bolas que, cuando ocioso, siente mucho placer al rascar. No me odien mujeres, intento ser objetivo en mi observación y si no también tomen en cuenta que califiqué de subespecie el comportamiento promiscuo que padecemos los que, en teoría, más grave hablamos, bueno, más grave que ustedes PRECIOSAS-HERMOSAS Y PRIMOROSAS diosas todas ustedes, ¡benditas sean!

El colmo de los colmos no es una expresión que recordamos -los huevoncitos- por la Carabina de Ambrosio, es un hecho al que nadie somos inmunes. Prueba fresa de ello: Sin vergüenza ninguna, como había ya dicho, horas después de la primera llamada me volvió a hablar ese mismo buscoaEdgar, bicho raro cuya estridente voz -que no era chillona ni nada, pero como si lo fuera- hacia eco en una mala transmisión celular. Esto sí que fue el colmo por antonomasia de mi día. Si tirando el teléfono por el octavo piso en que laboro hubiera podido despedorrar al bicho que parecía haber ya hecho un nido en el interior de mi teléfono celular lo habría hecho con gusto, so pena de perder el movil.
Sin saber qué más decirle, guardé un silencio notable y supongo desconcertante y un tanto hiriente, le presté mis oídos, sí, pero sordos, más sordos y necios que un palo con orejas de pescado.