No toda la sangre es violenta
La revolución, en su asepción política, implica violencia y la violencia, aprendámoslo de una buena vez, no lleva a nada bueno si por bueno entendemos la vida, asumiendo que sin ella no hay bueno ni malo -al menos conocidos-. Por eso mejor digamos que ser jóven y no ser renovador es una contradicción. Hasta donde yo entiendo, y recuerdo mi púber edad, los cambios son más una renovación que una violenta revolución, si acaso la posible violencia, que además nunca es tan violenta, se ve atenuada por el placer de las chaquetas, y en las mujeres, por la tremenda e incómoda sorpresa de la sangre cíclica que qué tan violenta puede ser cuando lo que hace es gritar, a lo más fuerte en cólicos, la inminencia de los procesos reproductivos. Si tenemos en cuenta que renovación, muy grosso y arbitrario modo significa rescatar lo olvidado, entonces ser revovador será la llave a la originalidad pregonada por A. Gaudí cuando dijo que "ser original es volver al origen". Todos queremos y buscamos, en el fondo, lo mismo y dudo mucho que lo que buscamos sea la violencia, que en alguno de sus muros lleva implícita la idea de la muerte y la destrucción. La renovación nos lleva a rescatar la esencia. Cierto es, también vivimos de muerte, pero no me parece que de la muerte que puede llegar con la ceguera de las ideologías, a la que si categorizáramos podriamos meter en el cajón taxonómico de la mala muerte, sino de la buena muerte, la que muere después de una vida a plenitud; en el lugar donde mueren esas vidas florecen más y mejores y quizás es eso lo que llamamos pararnos en los hombros de gigantes.
Vaya esto sin ninguna pretención de denostar o deificar a la memoria de Salvador Allende, pero realmente no sé porqué habrá afirmado con tanta vehemencia que "ser joven y no ser revolucionario es una contradicción". Me parece que, sin importar la edad, ser humano y ser revolucionario es una contradicción, además de todo aberrante.
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